Lucía de la Ossa Ruiz es una joven de 20 años de Cuenca que se está recuperando de su anorexia nerviosa. Actualmente acude a una terapia cada semana al Gabinete Psicológico de Cristina López. La psicóloga trata su caso desde hace año y medio, pero todavía le queda mucho camino por recorrer. Por suerte, no ha sido ingresada en ningún hospital. Realiza el tratamiento bajo la supervisión de su familia y sobre todo gracias a su fuerza de voluntad por seguir adelante. Todas las semanas su madre la somete al control de su peso. La báscula ya no es su enemiga, aunque tiene prohibido saber su peso por ahora para que no vuelva obsesionarse.
En plena adolescencia fue cuando Lucía manifestó los primeros síntomas: estaba a dieta y se pesaba cada mes. Su madre pensó que eran cosas de la edad, que estaría enamorada y que pronto se le pasaría. Hace dos años comenzó a estudiar Fisioterapia en la Universidad de Valencia y allí al no estar sometida a ningún control desarrolló la enfermedad. Se obsesionó por no comer y su autoestima se resintió. Se volvió menos sociable, procuraba estar solo a la hora de comer y para hacer ejercicios. A esto hay que sumar la presión que sentía por querer sacar las mejores notas, ser la número uno en todo. Enseguida distorsionó la visión de su imagen y su constitución normal le parecía obesa, aunque ya había perdido algunos kilos al volver a casa por Navidad.
Todos notaron sus cambios de humor, pero consiguió engañarlos con trucos que había leído en blogs. Al volver a Valencia se sentía aún más culpable por haber tenido que comer más de lo que ella consideraba normal por estar delante de su familia. Pronto se le retiró la regla (amenorrea) y viendo que solo vivía para no comer un día de marzo, tras faltarle valor para cortarse las venas con un cuchillo de cocina, llamó llorando a su madre. Abandonó el curso y se encerró en su casa, donde todo eran llantos y discusiones. Lucía no sabía por qué pero no quería comer. La comida le hacía daño. De alguna manera su mente asociaba la comida con inaceptación social. Supo comprender que estaba enferma y que necesitaba ayuda. Primero probaron con la asistencia social en Cuenca, en la Unidad de Salud Mental del Hospital Virgen de la Luz. Un conocido le recomendó el Gabinete Psicológico en Madrid. Decidieron probar.
Cada semana tiene un contrato que cumplir pactado con la psicóloga. Es una manera de controlar diariamente lo que hace y lo que no. También debe comprender los mecanismos de la enfermedad, lo que le provoca sus pensamientos negativos y luchar contra ellos. Las técnicas para relacionarse socialmente le están ayudando a tener de nuevo más autoestima. La responsabilidad de su curación la tiene que asumir ella, aunque su entorno la apoye constantemente. Lucía nunca tuvo un blog propio pero sí consultó muchos, sobre todo de Latinoamérica. Le sorprendió que personas que viven tan lejos tuvieran las mismas preocupaciones y se ‘ayudaran tanto’. Su apodo era Lis Ana y gracias a estas páginas aprendió muchas cosas. Nunca más ha vuelto a visitar esas páginas porque las usuarias le incitarían a volver a recaer.
Ya está empezando a tomar de nuevo las riendas de su vida, después de algunas recaídas. El proceso de curación suele durar años, a pesar de que pidiera ayuda en los primeros compases de la enfermedad.
Este curso Lucía ha retomado sus estudios en Madrid. Vuelve a su casa todos los días y no puede asistir a todas las clases. Pero así puede sacarse algunas asignaturas mientras se termina de recuperar para ser independiente de nuevo. Su eslogan es "en el rumbo que seguirá mi vida no hay lugar para las privaciones, la obsesión y el desgaste, sólo para el esfuerzo por curarme".